Pablo Melgar
Por estas horas el país asiste a un nuevo capítulo del eterno enfrentamiento político. Como si se tratara de un clásico futbolero entre Peñarol y Nacional, se discute si es más conveniente aplicar un impuesto del 1% a los más ricos o gravar con IVA las compras directas que los consumidores realizan en el exterior.
La discusión, sin embargo, es profundamente engañosa. Ninguna de estas alternativas apunta a mejorar la vida de la gente ni a fortalecer la economía real. Ambas se centran únicamente en aumentar la carga tributaria, en hacer más cara la vida de sectores distintos de la sociedad: unos porque tienen patrimonio, otros porque acceden a bienes fuera de plaza.
Lo más preocupante es que en ningún momento se pone sobre la mesa una posibilidad elemental: bajar impuestos. Ni siquiera desde el mundo empresarial surge esa propuesta, como si se tratara de una utopía inalcanzable. Y esto a pesar de que el entonces candidato —hoy presidente— Yamandú Orsi se comprometió en campaña a no incrementar la presión tributaria.
Estamos frente a lo que cabe llamar un debate ficcional: una discusión cerrada, con opciones que comparten la misma lógica recaudatoria. El ciudadano termina eligiendo “lo menos malo”, nunca lo bueno. Y de eso es responsable, pura y exclusivamente, el sistema político en su conjunto.
La política uruguaya parece haber abandonado la idea de racionalizar el gasto y optimizar recursos. En Montevideo, casi el 90% de los ingresos departamentales se destinan a salarios. En Lavalleja, el 52%. Aun así, cuando sobran 8 millones de dólares en la administración blanca, nadie explica qué se hace con ese dinero, mientras el intendente recorre el país en busca de recursos frescos.
La falta de imaginación para proponer soluciones reales, el conformismo con un esquema tributario asfixiante y la ausencia de debate sobre la eficiencia del gasto público revelan un problema de fondo: nuestra democracia está atrapada en una lógica de ficción, donde lo único que se discute es cómo cobrar más, nunca cómo cobrar mejor ni cómo gastar con mayor responsabilidad.
Uruguay necesita abrir de una vez por todas una conversación seria sobre impuestos, servicios y prioridades. De lo contrario, seguiremos atrapados en debates que solo maquillan la realidad mientras la gente paga la cuenta.
