Pablo Melgar
El comisario general (r) Alfredo Rodríguez asumió como jefe de Policía de Lavalleja luego de 34 años de carrera en la institución. Dirigió la Dirección General de Represión al Tráfico Ilícito de Drogas durante cinco años (2020–2025) y hoy enfrenta los desafíos de la seguridad en un departamento donde, según admite, “la realidad cambió y la policía tiene que estar preparada”.
— Usted estuvo cinco años en narcóticos, ¿no?
—Sí, como director general de Represión al Tráfico Ilícito de Drogas, cinco años.
—¿Ese fue su último destino?
—Mi último destino en actividad fue ese, desde marzo de 2020 a marzo de 2025. De los 34 años que hice de carrera policial, 17 los pasé en esa dirección.
—Por tanto, es una de las personas que más sabe del tema.
—No sé si soy el que más sabe, eso no lo puedo decir. Quizás sí el que tiene muchos años de experiencia. Pero el que más sabe, no; hay mucha gente que sabe mucho.
—¿Qué cree que pensó su superior cuando lo mandó a Minas?
—Primero que nada, agradezco al señor presidente de la República, que fue quien me designó. Él no me conoce; supongo que alguien le habló bien de mí, vio mi currículum y recomendó mi nombre.
—¿Qué cree que puede aportar a Lavalleja con esa experiencia?
—Cada jefe le pone su impronta. En mi caso, quiero volcar la experiencia del área de investigación. Tanto el subjefe como yo venimos de Drogas y hemos tenido la suerte de capacitarnos en el exterior y trabajar con agencias homólogas. Queremos fortalecer la Dirección Departamental de Investigaciones con más tecnología, capacitación y equipos de trabajo más profesionales.
—Lavalleja no tiene frontera ni timba. ¿Es el narcotráfico el principal problema?
—Si miramos los números, los delitos más comunes son los hurtos —unos 1.100 o 1.200 al año— y la violencia doméstica. Después vienen las rapiñas, abigeatos o estafas. Pero narcotráfico hay, sí. Queremos cambiar la forma de investigarlo y elevar el nivel de las investigaciones.
—El vecino ve la boca de venta y siente que la policía no actúa.
—La boca es la cara visible del delito. Es lo que ve Doña María o Don José. Pero no ve todo lo que pasa antes: la logística, las rutas, los acopios. Si solo atacamos la boca, perdemos el resto de la organización.
—¿Lavalleja es zona de tránsito?
—Sí, seguramente. No producimos drogas, pero pasa por acá. La ruta 8 conecta con la frontera y con Montevideo. A veces somos tránsito y otras destino, porque también llega droga para el consumo local.
—¿Esa dinámica puede derivar en violencia como la que se ve en otros países?
—No, son cosas distintas. Hace años hubo enfrentamientos en Minas que terminaron con varios muertos, pero hoy no pasa eso. Es cierto que los homicidios se duplicaron: el año pasado a esta altura teníamos tres y hoy tenemos seis, pero casi todos aclarados.
—¿Cómo se logró eso?
—Con un muy buen trabajo de la Dirección Departamental de Investigaciones y de las fiscalías. Ese binomio tiene que ir siempre junto. Ha funcionado y los resultados están a la vista.
—Sin embargo, usted dijo que esto puede empeorar. ¿Por qué?
—Hace unos días, como le decía, hablaba con una persona y le decía que justamente como no somos una isla, y esto, quizás cuando uno mira y se proyecta a futuro, tienda a empeorar. Seguramente tienda a empeorar, porque pasa en otras partes de Uruguay, pero también pasa en la región. Y cuando digo empeorar me refiero a que pueden aparecer comportamientos que antes no teníamos, como los sicariatos. No es el caso de Minas hoy, no lo es. Pero en Uruguay ya han sucedido cosas que antes solo veíamos en las películas sobre Pablo Escobar. Empezaron en Montevideo y el área metropolitana, y con el tiempo se trasladaron al interior.
Hoy Minas está muy tranquila si la comparamos con esos episodios violentos de hace años, pero la realidad del delito cambia, y nosotros tenemos que estar preparados para eso.
—¿Y qué puede hacer la policía ante ese escenario?
—Capacitación y tecnología. Hay que preparar al personal y fortalecer las herramientas.
—¿Por ejemplo, más cámaras?
—Sí, claro. Cuando asumí había 167. Con el proyecto de expansión vamos a llegar a unas 320. No es la solución, pero ayuda mucho.
—Usted dijo que la policía iba a entrar a todos los barrios. ¿Entra?
—Sí, entra. Con cámaras, tecnología y presencia. Cuando empezamos a instalar las nuevas cámaras hubo amenazas, ataques, incluso disparos. Nos vandalizaron siete sitios. Pero no nos retiramos. Reponemos las cámaras y aumentamos la presencia policial.
—¿Los incendios de autos policiales fueron una represalia?
—Claramente, sí. Una actitud de represalia por el accionar de los policías. Esas investigaciones están en curso y Fiscalía trabaja en ellas.
—Impresiona cómo se viven cosas como la granada que lanzaron en la Dirección de Drogas. ¿Usted estaba?
—Sí, claro. Había asumido el 1.º de marzo de 2020 y el 9 de mayo nos arrojaron una granada de fragmentación dentro de la dirección. Fue un impacto muy fuerte. Me alertó, me hizo pensar mucho, a mí y a mi familia. Ellos no son policías. “¿Qué va a pasar con nosotros?”, me decían. Hablé con mi señora, mi compañera de vida. Me apoyó. “¿Querés seguir?”, me preguntó. Y le dije que sí. No me iban a amedrentar.
—¿Volvió a sentirse amenazado?
—No. Transité 58 meses más y viví con normalidad. Me movía solo, sin custodia, sin vehículo blindado. Iba con mi familia a plazas, supermercados, eventos. En Montevideo me cruzaba con narcos y jamás tuve un problema. Pero reconozco que es un mundo distinto, con otros códigos.
—¿Y cómo reacciona el narcotráfico frente a la acción policial?
—A veces prueban, intentan amedrentar. El día que nos arrojaron la granada, al otro día amenazaron a la fiscal. Le mandaron un mensaje: “Vio lo que le hicimos a los muchachos del Prado, bueno, yo a usted no quiero”. Era para intimidarla. Pero ella siguió. Y lamentablemente ahora volvió a vivir otro episodio.
—Eso debe hacer pensar dos veces si vale la pena seguir.
—Sí. En la región vimos casos como el del fiscal paraguayo asesinado. Son cosas que lo hacen pensar. Pero es una decisión personal de cada uno.
—Usted se ocupa de la represión, pero ¿qué pasa con la prevención? ¿No falta un mensaje claro contra el consumo?
—No es imposible. Yo siempre pongo el ejemplo del tabaco. Cuando el doctor (Tabaré) Vázquez impulsó la ley, muchos decíamos: “¿Quién va a dejar de fumar en los bailes, en las oficinas?”. Y se logró. Uruguay fue ejemplo en el mundo. Si se pudo con el tabaco, también se puede, al menos, minimizar el consumo de drogas.
—No se ven campañas como las del tabaco.
—Es cierto. No vemos campañas contra la droga como vimos contra el tabaco. Habría que preguntarle a quienes trabajan en la reducción de la demanda por qué no las hay, o si las hay y no las vemos. Capaz que tienen una explicación. Pero sí, hace falta más trabajo en ese frente.
—¿Con qué personal se encontró en Lavalleja?
—Con un personal profesional, aunque con carencias de capacitación, como en gran parte del interior. A veces basta con un intercambio, una charla. Tenemos acceso a tecnología de vanguardia —la misma que está en Montevideo— y podemos pedirla cuando la necesitamos. También estamos mandando policías a capacitarse a la capital.
—¿Y en cuanto a la corrupción policial?
—No tenemos policías formalizados ni condenados por actos de corrupción. Eso es importante porque da tranquilidad y genera confianza en la ciudadanía. Si la gente ve policías condenados, pierde credibilidad en la institución. Hoy no tenemos esos problemas, toquemos madera.
—¿Algún caso reciente que le haya dejado buena impresión?
—Sí, por ejemplo, un arrebato en un local de cobranza en Mariscala. La policía actuó rápido, hizo el seguimiento y recuperó todo el dinero. No faltó un centavo. Eso habla de la probidad del personal.
—Lavalleja parece tener esa característica, gente muy correcta.
—Totalmente. Es una policía muy honesta y muy próvida. Estoy orgulloso de eso.