Pablo Melgar
El arte del buen gobierno requiere ciertos esfuerzos personales —físicos— que obligan al gobernante más
allá de sus deberes formales. Como decía el expresidente Jorge Batlle, cuando el gobernante mira hacia
atrás, no hay nadie: es el último de la fila.
La tarea de firmar cada documento en una organización regida por normas y leyes puede resultar ingrata.
No obstante, es fundamental. Un gobernante no es dueño de su tiempo: debe ser el primero en llegar y el
último en retirarse. No está escrito, pero es esencial.
Desde la cumbre de la gestión departamental, lo único que queda abajo es gente, con nombre y apellido.
Muchos de ellos son obreros que necesitan la firma de las máximas autoridades para cobrar lo que se
ganaron con el sudor de su frente. Gente sufrida y noble, muy noble.
Lo único que no se puede hacer es aumentar su dolor por desgano o impericia. Si el intendente debe
firmar el jueves para que cobren el viernes, no puede hacerlo el viernes o el lunes, porque terminan
cobrando el martes. En el medio, el fin de semana.
La alegría familiar de los días de descanso ocurrió sin plata, porque a alguien no le dio el tiempo para
firmar un cheque en el momento oportuno.
Se trata de cuatro familias de una localidad del interior departamental que cobran, a través de El Correo,
un subsidio de la Intendencia, y otras dos que perciben su salario mensual.
Hace treinta días ocurrió exactamente lo mismo. Parecía un error menor, pero este mes se repitió, y la
gente cobró aún más tarde.
Los debates políticos y éticos van por un carril distinto al del respeto humano. Hasta los enemigos
merecen respeto. No cumplir con las obligaciones básicas, como pagar los salarios a tiempo —teniendo
los fondos para hacerlo—, es muy triste.
Ojalá no se repita.
